lunes, 22 de mayo de 2017

Crítica de "Déjame salir"

-Una furiosa sátira social a medio camino entre el chiste racial, el terror paranoico y el retrato de la América moderna.

-Peele es un tipo inteligente y gracioso, con la capacidad de ser subversivo al bañar los códigos del terror en un humor negro muy actual. Hacía tiempo que no me reía tanto estando tan agobiado.

Bajo todo el típico marketing de película de terror comercial que hará sentirse estafado a un importante segmento del gran público, se halla otra de esas propuestas del género que nos han estado desconcertando, inquietando y maravillando a partes iguales en los últimos años. Esta temporada, el encargado de hacer realidad nuestras pesadillas, o más bien de acercarnos a una aterradora realidad actual mediante la exageración de la ficción -esta vez sí- inspirada en "hechos" reales, es el comediante y actor Jordan Peele. Un tipo que ha sabido deconstruirse para rebrotar con sus facultades humorísticas orientadas a crear una impagable sátira de horror a través de un guion provocativo y muy afilado. A su sorprendente debut tras las cámaras se une un reparto de actores en plenas facultades. Encabezado por una de las sorpresas del momento, Daniel Kaluuya (Sicario), y completado por: Allison Williams, Catherine Keener, Bradley Whitford, Betty Gabriel y Caleb Landry Jones -entre otros-. Cuidado con entrar en este show, quizás luego no puedan -o no quieran- salir.

Da comienzo con un portento de escena inicial entre remedo de Carpenter y reminiscencia sobre lo que pudo haber sido The Purge. La cámara nos mete el miedo de ser un afroamericano paseando de noche por un barrio de blancos, la antítesis del típico cliché del blanco amable que camina por Harlem. La música de Michael Abels introduce el contraste tonal de la escena, para que posteriormente el filme haga lo propio redirigiéndonos hacia el mismísimo Stanley Kramer de Guess Who's Coming to Dinner y dé comienzo esta visceral broma cósmica mediante una vuelta de tuerca a ese universal y aterrador momento de conocer a los padres de tu pareja, sobre todo si entra en juego el conflicto racial. Desde aquí, Pelee desarrolla su denuncia a través de un guion que ataca (con diferentes niveles de sutileza desde el grito hasta el susurro) a todo -y todos- lo relacionado con la temática del conflicto racial y la supremacía blanca en la América actual; sin importar esa tontería de la corrección política. Su fuerza reside en el equilibrio impecable entre un "in crescendo" del elemento tensión (convertido en alarmante incomodidad) y un atrevido sentido del humor negro que mordisquea permanentemente nuestra petulante moralidad. Así crece este retrato de una era post-Obama, protagonizada por unos liberales racistas de impostada amabilidad (interpretaciones magníficamente exageradas), que presumen de su tolerancia, su respeto por Tiger Woods y el coleccionismo de objetos policulturales, todo ello sin ser capaces de dejar a un lado la tópica envidia del miembro viril.

La interpretación de Kaluuya funciona como un reloj, y la conversión del público con el personaje es brillante y veloz, conjugándose las reacciones de inquietud de personaje y espectador con el desarrollo de ese juego macabro tan inconcebible como necesario para activar nuestra conciencia social sobre unos temas de sangrante actualidad. El debutante también toma riesgos con una puesta en escena excelente, claustrofóbica y repleta de subtexto. El resto del trabajo corre a cargo de un ritmo minuciosamente medido, un montaje hábil y lo más importante, esa atmósfera turbadora de thriller psicológico, que incuba a través de un alarmante ritmo de apariencia apacible pero lleno de rabia contenida para terminar estallando en un tramo final totalmente pulp, donde la venganza del "black power" llega con fulminante ironía y la tragicómica ayuda de un pedazo de algodón. Qué descaro tan brillante. Por último hay que hablar de los problemas que soporta la cinta, y que residen, en su mayor parte, en el guion. Desde unos giros sorpresa que se prevén con demasiada antelación, hasta las discutibles trampas incapaces de suspender la incredulidad del espectador. Sin embargo, lo más mediocre es la existencia de ciertos conflictos y personajes al entero servicio del guion, junto con ese irritante alivio cómico que es el amigo del protagonista.

Jordan Peele se ha convertido desde ahora en uno de los guionistas y directores estadounidenses más prometedores. Lo ha conseguido con una provocativa y perturbadora sátira social escrita con ingenio, narrada con mucha habilidad y repleta de estupendas interpretaciones. Get Out es un gran añadido a ese cine de terror innovador y atrevido de los últimos años. El mejor y más relevante chiste de la temporada, una chuchería convertida en pesadilla y la perfecta heredera de los ultracuerpos pero con liberales racistas en lugar de esporas comunistas del espacio exterior.


Alejandro Arranz

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