domingo, 19 de febrero de 2017

Crítica de "El nacimiento de una nación"

-Sus intenciones sociales y cinematográficas se ven truncadas por los excesos constantes. Todo ésto lo hemos visto antes y no era tan vacuo ni inmoral.

-Hay cineastas y guionistas que nacen para ser provocadores. Hay otros que buscan la forma de serlo, aunque como el señor Nate Parker, no todos lo hacen por los motivos correctos. Ni de las formas adecuadas.

Es innegable que esta película llega en un momento inmejorable, no solo por la actual situación política y social, sino porque este es el año en el que los Oscar ven la necesidad de resarcirse con las personas de color tras dos años de vacío. En especial el polémico año pasado con aquel perspicaz “#Oscarssowhite”. Así que el actor Nate Parker decide debutar en la dirección y volver a probar suerte como guionista, junto al debutante Jean McGianni Celestin. Lo hace con un drama sobre la esclavitud basado en la historia real de Nat Turner, precursor de la lucha racial que llevaría a todo un país a la revolución que desató la Guerra de Secesión. Que el título sea The Birth of a Nation no es en absoluto casualidad, sino que se manifiesta como un grito de protesta del director frente al sangrante racismo exhibido en la famosa película de D.W. Griffith. Lo que a priori parece un intento de que el nacimiento de la nación se adhiera al nombre de Turner, a posteriori del visionado suena más a la pretensión de que se le atribuya el título a Parker en lugar de a Griffith. Sea como fuere, su frustración con aquella película es comprensible y su intención de ofrecer la otra cara de la moneda puede verse admirable. Sin embargo, su forma de hacerlo es grotesca. Por eso vengo a contaros mis motivos de irritación para con esta película de Nate Parker.

Nadie puede negar que el filme homónimo de Griffith era -y es- racista, pero frente a aquella apología del Ku Klux Klan, Parker nos ofrece el maniqueísmo de la posición contraria y la brocha gorda más salvaje del año. Lo peor de todo, lo hace sin el derroche de virtudes (técnicas, narrativas, etc) que a día de hoy se siguen estudiando en la película de 1915. Es correcta la decisión de mantener el didactismo defendido por el modelo del director de Intolerance, pero la cinta fracasa estrepitosamente en la búsqueda de sus ambiciones, en especial por la dudosa forma de alcanzarlas y de aleccionar. No es cine relevante, no es ético, ni si quiera tiene un ritmo adecuado; es la pataleta de un crío engreído y falto de talento que quiere crear su propia Twelve Years a Slave, pero con un estilo más cercano al cine de Mel Gibson, o más bien a sus defectos. No solo con respecto al uso de la violencia y a la nula atención que le presta al contexto histórico, algo que ya vimos en Braveheart, sino también a su héroe mesiánico, en este caso demente, plano y carente de evolución; que produce la incompatibilidad del mensaje con los elementos que lo componen; algo que recuerda de forma evidente a Hacksaw Ridge. Ni falta que hace decir que ambas películas son sobradamente superiores a ésta. El personaje, Nat Turner, se autoproclama profeta de dios por tres bultos en su pecho y porque es un negro que puede leer la Biblia, la muerte de sus seres queridos le lleva a iniciar una cruenta revolución para matar a todos los blancos en un vengativo sollozo justificado en esa misma voz de dios. Siempre con la cabeza alta, en primer plano contrapicado, con la cámara buscando el lucimiento interpretativo casi tanto como lo busca respecto al trabajo de dirección.

Nos encontramos ante un relato sin cohesión en el que la mitad de las escenas buscan la poesía y el aplauso visual y la otra mitad atacan al espectador sin pizca de sutileza, habilidad, narración, emoción, ritmo, coherencia o razón; y mucho menos comprensión o manejo de las claves cinematográficas mas básicas. La narración pasa de ser un repaso de clichés en la primera media hora de introducción, a ser un desastre deslavazado e insustancial a lo largo de los 89 minutos restantes. Por supuesto el filme de Steve McQueen le queda a años luz. Allí el cineasta retrataba el dolor, la tortura, el sufrimiento; pero lo hacia con atención al detalle, una magnifica estructura narrativa, potentes personajes, múltiples capas y lugar para la reflexión. Parker quiere ir más allá mediante lo explícito y sensacionalista. Sesgando todo contenido hasta lo más superficial, acortando toda perspectiva para imponer su exégesis, trivializando hasta alcanzar el simplismo más extenuante y alienador en relación a temas muy importantes. No me pueden desagradar más esas escenas en las que muestra dilatadamente como se le pican los dientes a un esclavo mediante martillo y cincel, a la niña corriendo con la correa a cámara lenta o el plano de la mariposa que se abre hasta que vemos a media docena de esclavos ahorcados. Y claro, la repetición de todo ello en unos innecesarios flashbacks. Como he dicho, la explicitud y el lirismo impostado van de la mano en una película que se debate entre la ofensa cateta y la broma de mal gusto.

Los personajes, la narración y la historia desaparecen entre la niebla azul de la fotografía fantasmagórica de Elliot Davis (Twilight). Tras el umbral quedan las vacías ambiciones plásticas y las ínfulas alegóricas de un autor enamorado de si mismo. Tanto estereotipo, tanto maniqueísmo, tanto simplismo inmoral, tanta explicitud manipuladora; al servicio de la nada más arrogante. Ni la actuación ni la dirección ni mucho menos el espantoso guion tienen el suficiente interés para permitirse la cantidad de egolatría que presenta Nate Parker. Quiere la palmadita en la espalda, la ovación y los premios; y por mi parte solo se va a llevar un merecido “fuck off”. Lo sé, tan vulgar como su película. Menudo majadero.

Alejandro Arranz

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