miércoles, 25 de enero de 2017

Crítica de “Figuras ocultas”

-Un complaciente drama de superación que a pesar de su poderoso aliado, el subrayado, trivializa todo lo atractivo de la propuesta. Es como el café que toman los pequeños, todo leche y azúcar.

-Entretenida y académica propuesta que funciona gracias a su carismático reparto y a su estructura funcional.

Seguro que algunos os lo pasasteis genial con la anterior película del director Theodore Melfi. Hablo de la irregular pero entrañablemente divertida St. Vincent, protagonizada por Bill Murray. No es que fuera nada nuevo ni extraordinario, pero el reparto lo hacía funcionar muy por encima de sus debilidades. Algo parecido ocurre con el nuevo trabajo del director, que acaba de ser nominado a los Oscar en las categorías de: “Mejor película”, “Mejor guion adaptado” y “Mejor actriz de reparto”. En esta ocasión el reparto es también lo que hace funcionar bien a la película, pero no es suficiente. Hidden Figures se deja llevar por sus buenas intenciones y se convierte en una simplificada y condescendiente comedia tan rebosante de fórmula como carente de sustancia. Vamos a hablar un poco de la película menos merecedora de las recientes nominaciones.

El guion, basado en la novela de no ficción de Margot Lee Shetterly, lo firma Allison Schroeder, una guionista de productos televisivos no especialmente maravillosos y conocida -en este ámbito- por Mean Girls 2. En este caso, el guion corriente y superficial de Hidden Figures es puramente académico. Las previsibles tramas están bien estructuradas para que todo llegue a su desenlace en el orden y a la velocidad indicada, con los cambios de tono precisos y pequeños elementos que le dan solidez al conjunto. Los personajes protagonistas lo hacen todo bien, pero tampoco es que les dé muchas cosas importantes que hacer, su condición está por encima de eso, y prefiere remarcar la mala situación de los negros con ayuda del subrayado constante para luego trivializar la lucha contra la segregación y en pro de la igualdad de género, el cambio de la situación de estas mujeres en el final feliz ocurre con una facilidad pasmosa, de un modo acomodaticio. Algún enfado ligero y un de palabras gentiles remarcadas épicamente por la persistente banda sonora y todos los malvados blancos comienzan a llevarles cafés, a tratarlas con respeto, etc. Parece después de todo que la lucha por la igualdad (racial y de género) no fue tan difícil. El trabajo de Melfi tampoco se sale del esquema marcado para contentar a los académicos y al público fácil; aunque la ambientación está muy bien. Las costuras de la película se muestran desde la primera escena y el único vigor proviene del carisma de sus intérpretes, destacando la labor de Taraji P. Henson. En cuanto a Octavia Spencer, rezuma ese carisma, pero tampoco se merece su nominación.

En su nuevo trabajo, Theodore Melfi intenta contentar al gran público, a la crítica y a la Academia, por medio de unas buenas intenciones, almibaradas píldoras superficiales, corrección política, complaciente unidimensionalidad y ningún riesgo. La película es como el personaje de John Glen, el astronauta rubio cuya altura y peso deben estar dentro del esquema, de sonrisa calculada para agradar a todo el mundo y que abre la boca para soltar sus chistes fáciles, efectivos e insípidos. No hay nada auténtico, sustancial o interesante; todo es liviano, inocuo y soso. Este es el paradigma de un producto manufacturado para la academia de Hollywood, de como el cálculo milimétrico y la fórmula matemática pueden fallar si no se les aplica una observación no mecánica, una mano humana, un riesgo a veces necesario.


Alejandro Arranz

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