jueves, 22 de septiembre de 2016

Crítica de “The Free State of Jones”

-McConaughey lleva las riendas de una película de buenas intenciones pero tibios resultados. Gary Ross no está a la altura de las circunstancias.

-Película fría, errática y aburrida. Entre la biografía solemne y complaciente, la dispersa y superficial lección de historia y los destellos de épica con toque western.

Tengo un amigo que lleva mucho tiempo esperando este proyecto de McConaughey, y creo sinceramente que con la sucesión de conversaciones me ha transmitido su ansia por verlo. La verdad es que no pintaba nada mal. La vuelta de Gary Ross a la dirección tras la sobrevalorada “Los juegos del hambre”, era la oportunidad de descubrir si aún podía brindarnos películas de interés o su descanso tras “Seabiscuit” le arrebató de alguna forma su habilidad tras las cámaras. Además el guión para la historia real de Leonard Hartman, está escrito por el propio Ross. Por último tenemos a McConaughey a los mandos de la historia, seguido de unos competentes secundarios, por ejemplo: Gugu Mbatha-Raw, Keri Russell, Mahershala Ali, Brad Carter y Sean Bridgers. Pese a todo esto, lo más atractivo de esta propuesta no reside en el equipo que la lleva a cabo, sino en la propia historia. Gary Ross recupera -o desentierra- una parte fascinante y relevante de la historia americana. Ahora toca examinar su forma de retratarla.

Y el retrato es torpe, frívolo, oblicuo y condescendiente. Pero vayamos por partes. El inicio de la película es enérgico. El primer tramo entre las trincheras y los instantes iniciales en el pantano me mantienen interesado. También me convence pronto la buena labor del director de fotografía Benoît Delhomme (“Lawless”, “The Proposition”), cuyo trabajo conjunto con Ross consigue capturar los ambientes de la época. Conforme la película avanza me parece estar viendo una mezcla de “Cold Mountain” y el “Robin Hood” de Kevin Reynold, pero sin destacar en ninguno de los aspectos respectivos de ambas cintas. Al mismo tiempo aumentan mis sospechas de que la película se centra más en idealizar al personaje de Knight que contar la magnífica historia que tiene entre manos. Se acaba convirtiendo por tanto en una especie de hagiografía ligera en la que el director transforma incluso los tintes vengativos del personaje en un reflejo de la justicia de una nación. Sería imposible creérselo de no ser por la labor de McConaughey. Así prosigue el filme: cada minuto más desconectado del espectador, más superficial en su mensaje y más desarticulado en su estructura, género y objetivos. Continúa debatiéndose entre la aventura épica y la lección de historia maniquea mientras introduce escenas aisladas que creen reforzar el discurso pero sólo alargan el metraje. Tampoco cree oportuno mostrar el desarrollo del grupo protagonista o que las relaciones entre Knight y sus mujeres sean creíbles ni mucho menos interesantes.

Aunque lo problemático es que la emoción queda relegada a un segundo puesto y un servidor mira desde fuera como se suceden los acontecimientos, sabiendo el desenlace y sin importarle demasiado los pasajeros detalles del trayecto. Por todo ello los bostezos se hacen cada vez más largos y numerosos. Gary Ross rompe la linealidad de la historia mediante flashforwards del hijo de Knight, acusado por casarse con una blanca a pesar de tener un porcentaje de sangre negra. Unas escenas que sacan todavía más al espectador de la historia que se cuenta, aunque colocadas de otra forma podrían funcionar. En la puesta en escena el protagonismo va para los planos generales y los primeros planos de la cara de McConaughey, que junto con la disposición de elementos para ensalzar su figura, parecen un intento de Ross para entrar de alguna forma en la carrera por el Oscar. Otra herramienta del director son las fotografías reales que utiliza en sus transiciones históricas por bloques, algo que refuerza el contexto histórico y el alegato. En cuanto al guión, puedo encontrar un buen número de decisiones y virtudes elogiables, sin embargo camina prácticamente siempre por los mismos senderos que otras cien películas, y de nuevo es McConaughey quien lo hace funcionar por encima de sus posibilidades, convirtiendo un diálogo agudo en una declaración poderosa. Aparte del maniqueísmo, hay algunos errores bastante gordos.

Era necesario contar esta parte de la historia, pero no hacerlo de cualquier manera. Ross no está a la altura de lo que pretende narrar y sin duda la complejidad de esta historia del modo que el cineasta ha querido captarla, requería una miniserie y no una película larga, tediosa y superficial. Así pues, aunque bienintencionada y con virtudes, “The Free State of Jones” es una versión terriblemente aburrida y pálida, de una historia sombría, densa e importante. McConaughey entrega una interpretación muy sólida que enriquece el filme, pero esta lección de historia debería impartirla otro profesor, con otro enfoque y distintos recursos.


Alejandro Arranz

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