lunes, 8 de febrero de 2016

Crítica de “Chi-Raq”

-Una película extrañísima, repleta de colores y bruscos cambios de tono que funcionan demasiado bien. Spike Lee vuelve a sus orígenes con la munición recargada.

-Hay escenas que me descuadran bastante, otras que me hacen aplaudir. La película tiene un carácter tan voluble que no sé como sentirme, pero también es un documento real, firme e importante para el mundo moderno. La volvería a ver.

Si hace mucho que me leen sabrán que Spike Lee es alguien que me pone de los nervios. Un tipo directo y con claroscuros, capaz de que lo ames y lo odies incluso al mismo tiempo; un personaje famoso por sus numerosas manías y por la forma de introducir sin miramientos sus opiniones políticas en cualquier momento y lugar; un importante director de cine militante que se mueve entre la provocación necesaria y la propaganda maniquea. Es fácil verse atraído por esa furia callejera tan ardiente y falta de sutileza, sin embargo hace mucho tiempo que juega con la pólvora mojada, como si tan solo quedara el simple efectismo y la temática habitual. Desde 25th Hour (2002) no ha realizado ninguna gran película, y su último trabajo ha sido el deplorable remake de la inolvidable Oldboy de Park Chan-wook. Pero tras tocar fondo parece que ha decidido levantar cabeza con su nueva propuesta. Chi-Raq es una adaptación moderna de Lisístrata en la que se hibrida una disparatada y colorista sátira musical con una incendiaria y trágica diatriba político-social. El resultado es el mejor Spike Lee de los últimos 13 años.

Nos encontramos frente a una propuesta muy arriesgada que o bien pasará desapercibido o tendrá muchísimos detractores; por su contenido, por la singular forma en la que está presentado y por quién está tras las cámaras. Lee no pretende hablarnos de una paz lograda por una huelga de sexo ni mucho menos, sus pretensiones son mayores y la obra de Aristófanes le viene muy bien. Pero lo ridículo es algo esencial para la elaboración de su mensaje, para mostrar lo ridícula que es la situación actual aunque no tenga ni pizca de gracia, al igual que los temas que maneja. El filme, que afronta la temática de la guerra de sexos, nos narra como los barrios bajos de Chicago (y de otras ciudades) son una zona de guerra, una verdadera guerra civil en la que mueren más americanos (ya sean niños, madres o integrantes de bandas) que en Vietnam, Irak, etc. Habla de los derechos civiles, del derecho a un sueldo justo, a una vivienda digna, a una educación, una sanidad, una seguridad y protección civil. Habla también de la igualdad, de la violencia, de la perdida, de los malos ejemplos, de como el pasado puede configurar a una persona mientras un país no es capaz de aprender de sus errores históricos; del amor y la religión como vehículos para la paz, del miedo y el silencio como barreras contra la verdad, del poder del pueblo unido y con un objetivo común, de como el gobierno aparta la vista y destina los fondos de los contribuyentes a guerras externas e innecesarias en lugar de arreglar la situación de violencia, desigualdad e injusticia en los barrios de sus ciudades. Es un diálogo denso e importante el que Spike Lee establece desde su cine.

Chi-Raq es una película bipolar, excesiva y áspera, todo ello porque se antoja necesario para Lee. Y porque esas tres cosas la llevan a ser también increíblemente ingeniosa, didáctica y rigurosa con su contenido y sus formas. Spike Lee y el profesor Kevin Willmott son dos tipos que saben de lo que hablan, saben que tratan con temas espinosos y que todo el mundo intenta evitarlos, pero ellos hacen justo lo contrario. Exponen su información con inteligencia, creatividad, una evidente rabia interior bien enfocada y con bailes, muchos bailes. Exactamente, adaptan una obra que tras 2500 años sigue siendo universal, la modernizan, la llenan de color y de temas actuales, de diálogos rimados, rupturas de la cuarta pared, tweets en pantalla y coreografías que no dejarán indiferente al público. Su guion, no obstante, puede suponer un problema para el público, tanto por la jerga urbana que utiliza como por las incontables referencias a la historia y política americana que emplea en sus diálogos: además la narración no es el punto fuerte de la cinta. Los géneros se intercambian con una velocidad increíble que no debería funcionar tan bien como lo hace, sin embargo el mensaje sigue ahí en todo momento y quema conciencias con eficacia atronadora. A la insustancial escena protagonizada por un controvertido personaje militar la precede una secuencia en una Iglesia cuya potencia dramática y vasto contenido vale de por si un par de premios. Parece un contraste paradigmático para entender el filme anárquico que ha realizado Lee, repleto de cambios de tono y escenas desconcertantes, colores rivales e interpretaciones sensacionales; insólito y extraño pero en el mejor de los sentidos, porque la forma y el concepto se complementan para golpear la pantalla de la forma adecuada y con el mensaje correcto.

Chi-Raq es el Spike Lee que llevo más de una década esperando, es la vuelta de ese hombre con tantas cosas importantes que decir, de ese cineasta valiente y comprometido que no tiene miedo a golpearte con la verdad si con ella cambia algo, que se atreve a mostrar lo que los demás ni siquiera susurran. Pero también es un Spike Lee nuevo, con una visión "estilística" cambiada, más capaz que nunca de darse cuenta de que la crítica mordaz y la tragedia pueden ir dentro de otro tipo de película, de que diferentes sentimientos y géneros pueden apoyarse para que el mensaje llegue con más fuerza y claridad al espectador. No es Bamboozled, es otro tipo de Spike Lee, uno que puede que no guste a todo el público ni seguramente a la mayoría, pero que resulta significativo, de ese que en un mundo más consciente y menos pernicioso, podría cambiar algo.


Alejandro Arranz

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